Le toca demostrar que puede sonreír a la sonrisa del otro,
que no se resigna a la tristeza del mundo, que la felicidad
no se reduce al hecho de alegrarse de haber eludido el infortunio interno.
Le toca percatarse de que la perfección sólo es levemente
más difícil de alcanzar que la mediocridad.
Le toca sentir que existe ciertamente,
al menos en alguna parte, una persona cuyo objetivo en
la vida consiste en hacerle feliz. No la busque, la encontrará.
Le toca aprender a tratar a cada ser humano como si fuese
el Dios del que depende su salvación.
Le toca comprender que la fraternidad no es un sueño ingenuo,
ni un discurso de secta, sino la única vía realista de supervivencia
de la especie a la que pertenece.
Imagine, sueñe, arriésguese. Transforme la fraternidad en
una práctica. Sin esperarla de otros.
Dese la oportunidad, al menos una vez al día, de suscitar
una sonrisa, de acoger, de ser anónimamente generoso,
sin ánimo de retorno.
Aunque solo sea para convencerse de que queda en usted
una chispa de humanidad.
Por Jacques Attalí
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